El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y pégate a la carroza». Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Contestó: «¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?»
Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este: «Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de los vivos». El eunuco le preguntó a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?» Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe.
El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.
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